En el nombre de Roma by José Barroso

En el nombre de Roma by José Barroso

autor:José Barroso [Barroso, José]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-10-08T00:00:00+00:00


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En Roma, tras la recuperación de Julia, Pompeyo había dedicado mucho de su tiempo a agasajar al depuesto rey Ptolomeo XII Aúteles[163] de Egipto. El monarca había sido expulsado del trono un año antes por su propia hija, Berenice, con ayuda de la madre de esta y buena parte de la casta sacerdotal alejandrina. Aúteles había logrado salir del Nilo in extremis y prácticamente con lo puesto, aunque seguía controlando los inmensos depósitos bancarios de la isla de Cos, Lesbos y Atenas. Aquella riqueza le garantizó amigos y no pocos aliados en la ciudad del Tíber. Pompeyo le alojó en uno de sus palacios en las afueras del pomerium y se aseguró de que sus banqueros le proporcionasen efectivo a intereses desorbitantes. Para el Ptolomeo la última preocupación eran los intereses de las deudas que estaba adquiriendo, siempre que abundasen las fiestas, los jovencitos y algún militar de calado se hiciese cargo de devolverle al trono. Ese hombre era Pompeyo, pero seguía sin intención de abandonar Roma, por lo que envió a Gabinio a hacerle el trabajo. El gobernador de Siria destrozó la débil defensa organizada por los aliados de Berenice en una mañana y con un competente Marco Antonio como jefe de caballería.

Antes del final del año 55 a. n. e. Ptolomeo XII era devuelto a su trono. Estranguló a Berenice con sus propias manos y nombró a otra de sus hijas, Cleopatra VII, como su única heredera. La muchacha, de grandes ojos negros y piel canela, apenas tenía trece años y se pasó la ceremonia en la que se la nombraba heredera dándose codazos con sus amigas ante la presencia hercúlea de Marco Antonio. El romano apenas reparó en su existencia.

La noticia llegó a Roma prácticamente al mismo tiempo que el engrandecido relato de la última victoria sobre los germanos y la expedición a Britannia. Pompeyo esperaba ser alabado por su gestión y por la competencia de sus colaboradores, pero solo consiguió críticas de los optimates por devolver a un incompetente como Ptolomeo al trono del Nilo y ser ignorado por la plebe ante los éxitos que relataba Julio César.

Catón tampoco estaba atento a las peripecias del picentino y en la primera reunión del Senado en la que tuvo ocasión cargó su discurso contra César, ignorando completamente a Pompeyo y provocando en él la extraña sensación de estar molesto por no ser criticado por el líder optimate.

—¡Es una ofensa a los dioses! —tronó Catón cuando el cónsul júnior le concedió la palabra entre gestos de hastío—. Atacó a los germanos en mitad de una tregua y cuando sus líderes pedían perdón. Eso es traición y no está a la altura de la moral romana ni del respeto mínimo al arte de la guerra. Después inició una campaña de castigo al este del Rin para la que no había sido autorizado. ¡César no puede abandonar los límites de su provincia! Exijo a esta cámara que Julio César sea relevado del mando y que sea entregado a los germanos para que hagan lo que consideren oportuno con él.



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